jueves, 16 de febrero de 2017

El Viejo Tren

     Un azul gastado es lo que encontró Juan cuando le sacó todo el óxido al primer vagón de su hermoso viejo tren. Estuvo trabajando en él durante días, semanas enteras, quitándole toda suciedad y dejando al descubierto todo ese color, que por alguna razón le resultaba extraño, capaz porque él no hubiese elegido exactamente ese tono para pintar su tren.
      Así lo hizo con el resto de los vagones- habrían sido unos ocho en total en aquel entonces-, cuidando de ser extremadamente preciso y no dejar ni un mínimo rastro de que alguna vez esa máquina estuvo en deplorables condiciones. Juan lo repararía, lo dejaría como nuevo, eso se propuso desde el momento en que lo encontró, sentía que era especial, y descubriría por qué.
      Cuando le llegó el turno a la locomotora Juan presintió que algo nuevo encontraría bajo esa gruesa capa de óxido. No se atrevió a revelarlo, y el misterio duró varios meses, quizá un año.
      Un 25 de Octubre, frío pero soleado, con unas pequeñas nubes que apenas llegaban a pintar el celeste del cielo con un poco de blanco, el tren partió desde la estación donde había estado parado tanto tiempo. Ya no lucía su azul gastado, Juan lo había pintado de un profundo rojo. A todo menos a la locomotora, la cuál seguía rojiza, cubierta de óxido.
      Llegado el momento, Juan tiró de la cuerda de la bocina con ímpetu y ésta sonó, estridente, anunciando la salida del primer viaje de este magnífico tren.
" 25 de Octubre de 2008
15:35 hs
Amsterdam "
      Juan anotó esos datos en el cuaderno que, desde ese momento, sería su diario de viaje, un cuaderno de tapas de cuero, que le había regalado su padre para su cumpleaños algunos años atrás. 
Emprendió esa aventura solo, no necesitaba compañía, se tenía a él y a su tren, y eso le bastaba para hacer una de las cosas que siempre quizo, viajar. 
      El chirrido constante de las ruedas contra las vías sumía a Juan en una profunda sensación de satisfacción. Después de tanto esfuerzo y dedicación lo había logrado, estaba arriba de su tren, viajando, disfrutando de cada hermoso paisaje que asomaba por su ventana, pero... ¿A dónde se dirigía? Nadie lo sabía, ni siquiera el mismo Juan, quien se dejaba llevar por esa hermosa paz que sentía y dejaba a las vías que lo llevasen a donde quisieran.
     Y así pasó gran parte de su vida, arriba de ese tren, que con el paso del tiempo, poco a poco se iba desgastando, y ese fuerte color rojo que una vez tuvo fue transformándose en uno gastado, muy parecido al azul que había encontrado en un principio bajo esa gran capa de óxido. Su cuaderno se fue llenando de aventuras, de lugares, de fechas, de recuerdos. Sus vagones se fueron averiando y Juan cada vez tenía que frenar y repararlos, hasta que algunos ya no tuvieron arreglo y no encontraba otra opción que desengancharlos y dejarlos ahí, tirados, a un costado de las vías, dejando con ellos un rastro de su paso por ese lugar. Al fin y al cabo, no tenía que olvidar que su preciada máquina había estado una vez destruida, inutilizable, y él la había hecho volver a la vida. 
      En uno de esos viajes, mientras Juan escuchaba al viento hacer crujir las maderas de su locomotora, recordó que nunca la había liberado de su suciedad. No recordaba la razón de por qué no lo hizo cuando limpió al resto del tren, pero se propuso hacerlo en su próxima parada.
      Era un lugar desierto, apenas unas pequeñas casas, una despensa y esa diminuta terminal destartalada donde el tren se detuvo. Juan bajó de un salto los tres escalones de la locomotora y aterrizó en el suelo, repleto de arena, levantando así una nube de polvo que se alejó volando junto con una gran ráfaga de viento. Respiró hondo y se estiró, no podía recordar hace cuánto tiempo que el tren no se detenía en una estación. Echó un vistazo a su alrededor y fijó la vista en la gran locomotora, quién lo observaba expectante, encandilada por los brillantes rayos del sol. 
      Se acercó a la despensa en busca de un balde, un trapo y una lija, para realizar la limpieza que se había propuesto unos miles de kilómetros atrás. Más de ese viejo azul gastado fue lo que poco a poco aparecía en la locomotora con cada lijada que Juan realizaba. En una de esas tantas, divisó una cosa que cortaba con la monotonía, era una letra en color negro, que se encontraba en un lateral de la misma, el único sector que le faltaba limpiar. ¿Qué podría ser?¿La marca del tren?¿Un nombre quizá? Con esa última pregunta que surgió en su cabeza, se dio cuenta de que nunca le había puesto un nombre a su querido amigo, simplemente lo llamaba "viejo tren". La idea de que allá abajo se hallara el verdadero nombre del tren lo emocionó, apuró el paso, para terminar de limpiarlo cuanto antes y revelar el misterio. 
      Las letras fueron apareciendo una a una. Eran grandes, y de cerca no se podía distinguir lo que decía. El sol se encontraba cada vez más alto en el cielo y le complicaba la visión a Juan. Unas gotas de sudor le empezaron a recorrer la frente, el calor era agobiante. En cuánto pasó por última vez el trapo húmedo por el pequeño sector que le faltaba, y luego de corroborar que no había quedado rastro de ese asqueroso óxido, Juan retrocedió unos pasos, con sus rodillas llenas de arena y sus manos mojadas. Utilizó su brazo como vicera, colocándoselo sobre la frente para poder ver. Entrecerró los ojos y fijó la vista. 
      Estaba escrito en cursiva, en tres renglones, perfectamente centrado en el lateral derecho. Definitivamente era el nombre del tren. Sonrió al descubrirlo, jamás habría pensado que eso, justo eso, era lo que estaba escrito ahí, no podía creerlo. ¿Cómo era posible tanta cincidencia? Inspiró profundamente y leyó en voz alta: "El Viejo Tren". A Juan se le escapó una lágrima al instante, nunca supo bien por qué, si fue felicidad, nerviosismo, emoción o algún otro sentimiento. Muchas cosas le pasaron por la mente en ese instante, recordó todo lo vivido con su gran amigo y las lágrimas le siguieron cayendo por el rostro, dejando tras ellas caminos brillantes en su cara. 
      Se resfregó los ojos y alzó la vista al cielo, un pájaro pasó aleteando justo por encima de él, sonrió, cerró los ojos, suspiró largamente y llevó a su memoria el primer momento en el que había visto a ese fantástico tren...

-Mami, ese es. Ese es el juguete que quiero.- pronunció Juan con voz tímida, casi temeroso, y señaló aquel viejo tren destartalado, sucio y oxidado, que descansaba en un enstante, solitario, en el sector de los usados, en una esquina de esa gran juguetería.