jueves, 16 de febrero de 2017

El Viejo Tren

     Un azul gastado es lo que encontró Juan cuando le sacó todo el óxido al primer vagón de su hermoso viejo tren. Estuvo trabajando en él durante días, semanas enteras, quitándole toda suciedad y dejando al descubierto todo ese color, que por alguna razón le resultaba extraño, capaz porque él no hubiese elegido exactamente ese tono para pintar su tren.
      Así lo hizo con el resto de los vagones- habrían sido unos ocho en total en aquel entonces-, cuidando de ser extremadamente preciso y no dejar ni un mínimo rastro de que alguna vez esa máquina estuvo en deplorables condiciones. Juan lo repararía, lo dejaría como nuevo, eso se propuso desde el momento en que lo encontró, sentía que era especial, y descubriría por qué.
      Cuando le llegó el turno a la locomotora Juan presintió que algo nuevo encontraría bajo esa gruesa capa de óxido. No se atrevió a revelarlo, y el misterio duró varios meses, quizá un año.
      Un 25 de Octubre, frío pero soleado, con unas pequeñas nubes que apenas llegaban a pintar el celeste del cielo con un poco de blanco, el tren partió desde la estación donde había estado parado tanto tiempo. Ya no lucía su azul gastado, Juan lo había pintado de un profundo rojo. A todo menos a la locomotora, la cuál seguía rojiza, cubierta de óxido.
      Llegado el momento, Juan tiró de la cuerda de la bocina con ímpetu y ésta sonó, estridente, anunciando la salida del primer viaje de este magnífico tren.
" 25 de Octubre de 2008
15:35 hs
Amsterdam "
      Juan anotó esos datos en el cuaderno que, desde ese momento, sería su diario de viaje, un cuaderno de tapas de cuero, que le había regalado su padre para su cumpleaños algunos años atrás. 
Emprendió esa aventura solo, no necesitaba compañía, se tenía a él y a su tren, y eso le bastaba para hacer una de las cosas que siempre quizo, viajar. 
      El chirrido constante de las ruedas contra las vías sumía a Juan en una profunda sensación de satisfacción. Después de tanto esfuerzo y dedicación lo había logrado, estaba arriba de su tren, viajando, disfrutando de cada hermoso paisaje que asomaba por su ventana, pero... ¿A dónde se dirigía? Nadie lo sabía, ni siquiera el mismo Juan, quien se dejaba llevar por esa hermosa paz que sentía y dejaba a las vías que lo llevasen a donde quisieran.
     Y así pasó gran parte de su vida, arriba de ese tren, que con el paso del tiempo, poco a poco se iba desgastando, y ese fuerte color rojo que una vez tuvo fue transformándose en uno gastado, muy parecido al azul que había encontrado en un principio bajo esa gran capa de óxido. Su cuaderno se fue llenando de aventuras, de lugares, de fechas, de recuerdos. Sus vagones se fueron averiando y Juan cada vez tenía que frenar y repararlos, hasta que algunos ya no tuvieron arreglo y no encontraba otra opción que desengancharlos y dejarlos ahí, tirados, a un costado de las vías, dejando con ellos un rastro de su paso por ese lugar. Al fin y al cabo, no tenía que olvidar que su preciada máquina había estado una vez destruida, inutilizable, y él la había hecho volver a la vida. 
      En uno de esos viajes, mientras Juan escuchaba al viento hacer crujir las maderas de su locomotora, recordó que nunca la había liberado de su suciedad. No recordaba la razón de por qué no lo hizo cuando limpió al resto del tren, pero se propuso hacerlo en su próxima parada.
      Era un lugar desierto, apenas unas pequeñas casas, una despensa y esa diminuta terminal destartalada donde el tren se detuvo. Juan bajó de un salto los tres escalones de la locomotora y aterrizó en el suelo, repleto de arena, levantando así una nube de polvo que se alejó volando junto con una gran ráfaga de viento. Respiró hondo y se estiró, no podía recordar hace cuánto tiempo que el tren no se detenía en una estación. Echó un vistazo a su alrededor y fijó la vista en la gran locomotora, quién lo observaba expectante, encandilada por los brillantes rayos del sol. 
      Se acercó a la despensa en busca de un balde, un trapo y una lija, para realizar la limpieza que se había propuesto unos miles de kilómetros atrás. Más de ese viejo azul gastado fue lo que poco a poco aparecía en la locomotora con cada lijada que Juan realizaba. En una de esas tantas, divisó una cosa que cortaba con la monotonía, era una letra en color negro, que se encontraba en un lateral de la misma, el único sector que le faltaba limpiar. ¿Qué podría ser?¿La marca del tren?¿Un nombre quizá? Con esa última pregunta que surgió en su cabeza, se dio cuenta de que nunca le había puesto un nombre a su querido amigo, simplemente lo llamaba "viejo tren". La idea de que allá abajo se hallara el verdadero nombre del tren lo emocionó, apuró el paso, para terminar de limpiarlo cuanto antes y revelar el misterio. 
      Las letras fueron apareciendo una a una. Eran grandes, y de cerca no se podía distinguir lo que decía. El sol se encontraba cada vez más alto en el cielo y le complicaba la visión a Juan. Unas gotas de sudor le empezaron a recorrer la frente, el calor era agobiante. En cuánto pasó por última vez el trapo húmedo por el pequeño sector que le faltaba, y luego de corroborar que no había quedado rastro de ese asqueroso óxido, Juan retrocedió unos pasos, con sus rodillas llenas de arena y sus manos mojadas. Utilizó su brazo como vicera, colocándoselo sobre la frente para poder ver. Entrecerró los ojos y fijó la vista. 
      Estaba escrito en cursiva, en tres renglones, perfectamente centrado en el lateral derecho. Definitivamente era el nombre del tren. Sonrió al descubrirlo, jamás habría pensado que eso, justo eso, era lo que estaba escrito ahí, no podía creerlo. ¿Cómo era posible tanta cincidencia? Inspiró profundamente y leyó en voz alta: "El Viejo Tren". A Juan se le escapó una lágrima al instante, nunca supo bien por qué, si fue felicidad, nerviosismo, emoción o algún otro sentimiento. Muchas cosas le pasaron por la mente en ese instante, recordó todo lo vivido con su gran amigo y las lágrimas le siguieron cayendo por el rostro, dejando tras ellas caminos brillantes en su cara. 
      Se resfregó los ojos y alzó la vista al cielo, un pájaro pasó aleteando justo por encima de él, sonrió, cerró los ojos, suspiró largamente y llevó a su memoria el primer momento en el que había visto a ese fantástico tren...

-Mami, ese es. Ese es el juguete que quiero.- pronunció Juan con voz tímida, casi temeroso, y señaló aquel viejo tren destartalado, sucio y oxidado, que descansaba en un enstante, solitario, en el sector de los usados, en una esquina de esa gran juguetería. 

jueves, 5 de septiembre de 2013

Mañana

Desearía que fuese así, una pesadilla, y poder despertar en algún momento y encontrarme en ese campo verde y floreado, con árboles altos que se mecen al compás del viento, con el cielo celeste, y alguna que otra nube tapándolo, queriendo conquistarlo. El sol brillando en el medio haciéndose notar y una bellísima mariposa volando sutilmente hacia allá, con la esperanza de algún día llegar a alcanzarlo.
Encontrarme ahí, en ese lugar, que por alguna razón mi mente recuerda, ese lugar que ahora ya no existe más. No más campos hermosos, no más mariposas volando, el sol aparece una vez al mes, temeroso de que ese humo extraño  pueda llegar a alcanzarlo, taparlo, sin dejarlo brillar. No más árboles altos y verdes, no más verde. Los colores desaparecieron, nada ni nadie los tiene, todo es gris, un gris oscuro que deprime a toda persona que se encuentre rodeada de él. Y estamos rodeados de él.
    Despierto todas las mañanas, ilusionada, queriendo abrir la ventana y  encontrarme de vuelta allí, en ese lugar que recordaba, en ese campo, en ese verde ¿Por qué? Me preguntaba ¿Por qué? Les preguntaba a los demás, a mis padres, mi familia. Pero nadie era capaz de responderme. Al escuchar ese interrogante bajaban la cabeza avergonzados, culpables, sin poder responder a mi pregunta.
  Pero un día, vagando por las oscuras y solitarias calles, un anciano vagabundo me habló, me dijo incoherencias, cosas que no llegué a entender y aún ahora me sigo preguntando que me habrá querido decir. Y me animé, le pregunté ¿Por qué? Quizá él si me respondiera. Y lo hizo, me contestó. Como si fuese un suceso histórico, algo que no volvería a pasar jamás, grabé cada una de sus palabras en mi cabeza, hasta el último respiro que realizó al terminar de hablar: "Fuimos nosotros,nadie más,nosotros, que no cuidamos  y valoramos lo que alguna vez tuvimos y nunca más volveremos a tener. No pensamos, no aprendimos, ignoramos toda advertencia y la despreciamos, creyendo imposible que eso pueda suceder. Esos lugares hermosos, coloridos en los que alguna vez vivimos, ya no van a estar, no volverán. Destrozamos todo, las plantas, los colores, el planeta, la vida, nos destrozamos..."
  Y ahí me quedé sentada en esa calle, sola, confundida, sin poder creer esas palabras que aquel triste anciano me había podido contar... ¿Nosotros? Era imposible ¿Cómo destruir un lugar tan bello en donde vivir? Con agua cristalina para bañarse, montañas con nieve para disfrutar. Y mi pregunta cambió, por una nueva que nadie va a ser capaz de contestar, ¿Cómo no se dieron cuenta de lo que estaba pasando? Que los colores desaparecían, que el aire se enturbiaba, que la nieve se derretía y el agua se amarronaba ¿Cómo?
 Y al final no, no era una pesadilla, no nos podemos pellizcar o gritar y despertar, eso no va a pasar. El tiempo avanzó y ahora estamos acá, en este horrible y nauseabundo lugar, que nosotros provocamos, al que nosotros llegamos. Si hubiésemos escuchado, si hubiésemos pensado, si hubiésemos actuado, todo habría cambiado...

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Corazón de Tigre: Parte 1

Me desperté por la mañana, ya agotada, y el día ni siquiera había comenzado. Me restregué lentamente los ojos intentando conseguir abrirlos, un haz de luz entraba desde la ventana, atravesando mis cortinas y terminando justo en mi ojo izquierdo, impidiéndome la visión. Giré mi cuerpo sobre la cama y me senté, echándole un rápido vistazo a mi habitación.
   El desorden se apoderaba de mi espacio, sobre el escritorio todavía se hallaban las hojas del estudio que me había realizado hace una semana, ni lo había leído, hoy tenía turno con el médico y no sabría que decirle. Eso no era lo único que ocupaba mi escritorio,millones de hojas sueltas, biromes, portaretraros y cajitas que dentro tenían cosas insignificantes también reclamaban su espacio.Mi cama,toda desordenada,conmigo adentro y a su lado la mesita de luz con el velador prendido. Había quedado así toda la noche, que derroche de energía. Sobre ella también estaba el reloj digital que me había regalado mi madre unos años antes. Apenas pude divisar la hora que mostraba con sus grandes números rojos, 7:30 hs, ya era tarde. Había olvidado que hoy entraba a las ocho a trabajar.
   Rápidamente, me levanté de la cama, mareada y tomé las primeras prendas de ropa que encontré dentro del armario, sin fijarme siquiera si combinaban. Mientras me cambiaba note que estaba la computadora encendida, otro derroche de energía. Miré la hora nuevamente, 7:40 hs, ya era mas que tarde, hasta el trabajo el colectivo tardaba como mínimo veinticinco minutos, estaba perdida.A mil por hora apagué la computadora, tomé mi cartera, los estudios del escritorio y salí corriendo hacia la parada que,por suerte, se encontraba en la esquina de casa.
   Mientras cerraba con llave la puerta me pareció escuchar al colectivo acercarse. Corrí sin detenerme hasta que llegue a la esquina. Miré hacia la izquierda de la calle, pero no estaba. Había sido un auto gris que a gran velocidad cruzo la avenida. "¿No se da cuenta que hay un cartel que dice máxima sesenta?" Dije para mis adentros. Me enojaba mucho que la gente no respetase las reglamentaciones. Decidí ignorarlo y no empezar la mañana amargada, pero como si hubiese sido a propósito, otro auto rojo paso volando por la avenida y salpico toda mi campera blanca con un barro asqueroso que levanto al pisar un charco.Suspire frustrada y trate, de cualquier forma, de sacar un poco de esa pasta marrón de mi ropa.
   Pasados cinco minutos el colectivo al fin llegó, atrasado, y atrasó mas el atraso que ya tenía. Estaba relativamente vació, debían haber mas de quince asientos libres. Escogí el ultimo de la fila de la izquierda y me senté, me quedaba un largo viaje por recorrer. Mientras miraba pasar los edificios velozmente por la ventana, divisé un cartel que decía "Centro médico" y me hizo recordar mis estudios. Los tomé de la cartera y comencé a leerlos. Con sólo mirar la cantidad de letras y números que había me aburría, para mi eso era chino mandarín. Frustrada, trate de entender aunque sea una mínima parte de lo que decían. En un momento, sentí una mano grande que se apoyaba en mi hombro.
-¡Julia!-me dijo una voz dulce y grave.
Pegué un salto del susto, estaba demasiado concentrada en esos papeles. Giré la cabeza y mis ojos tardaron unos segundos en enfocar el rostro de la persona que me llamaba.
-¡Damián!-exclamé con alegría al reconocerlo-Me asustaste ¿Que hacés acá? Pensé que estabas durmiendo.
-Me cambiaron el horario, hoy entro temprano, como vos.-me dijo sonriendo.
Le devolví la sonrisa y regresé mi vista a los altos edificios del exterior.

   Damián es mi mejor amigo desde que tengo memoria. Cuando ambos teníamos doce años, se mudo a San Juan, por razones de familia. Para mi fue devastador, de verdad que lo quería, era ese tipo de amigo que ahora son difíciles de encontrar. Pasaba con el la mayoría de mi tiempo, jugando a la pelota, a las bolitas o simplemente charlando, eramos inseparables, fue horrible que se fuera, me había quedado sola. Quince años después el destino nos volvió a juntar. Él regreso a Buenos Aires y ambos terminamos, hace un año,trabajando en el mismo lugar, el zoológico de Buenos Aires. Lo vi nuevamente, después de todos esos años, cuando fui a buscar trabajo allí, estaba contándole a un grupo de gente toda la vida de los tigres. Apenas pude reconocerlo cuando lo vi ese día. Había cambiado, y mucho. El pelo largo, rubio y ondulado que tenia se lo había cortado considerablemente, sus rulitos rebeldes le caían suavemente en el rostro tapándole parte de un ojo, su cuerpo flaquito ya no se parecía a una caña de bambú, era un cuerpo grande, fuerte y musculoso. Sus grandes ojos verdes seguían brillando como lo recordaba y causaban en mi esa sensación que solo esos ojos eran capaces de causar. Estaba realmente lindo.
   Yo conseguí trabajo ahí, como guía. Él, en cambio, era el cuidador de los tigres, mi animal favorito.A pesar de tener distintos empleos y, por lo tanto, distintos horarios, almorzábamos juntos casi todos los días.Venia a casa,yo iba a la suya, mirábamos películas, reíamos y disfrutábamos como antes. Nuestra amistad se fue consolidando más y más hasta llegar a ser como era quince años atrás.

-¿Mucho trabajo tenés hoy?
La pregunta de Dami me saco de mis recuerdos. Tardé unos segundos en reaccionar y responderle.
-Si, bastante, vienen dos grupos de quinto grado, no me acuerdo el nombre del colegio, pero me dijeron que eran mas o menos cien chicos e inmanejables. Además de los visitantes diarios.
-Una mañana ocupada entonces-afirmó.
-Demasiado ¿Vos?-le pregunté interesada.
-Absolutamente nada, va a ser un día muy aburrido, no entiendo por que entro temprano.
-Bueno, si no tenes nada que hacer te voy a ir a visitar con los chicos, así charlas un rato con ellos y yo descanso un poco para el resto de la mañana que me espera-le dije riéndome.
-Dale, te voy a estar esperando-respondió en un tono seductor que por alguna razón desconocida me hizo ruborizar.
   Y así lo hice, a las nueve y cuarto estaba justo en frente de la jaula de los tigres, con todos los chicos, que resultaron ser setenta en lugar de cien.
-¡Viniste!- me gritó Damián.
Le reconocí la voz, pero no podía encontrarlo. Giré sobre mi misma buscándolo con la mirada. Se encontraba dentro de la jaula, escondido tras unos arbustos, alimentando al más pequeño de esos hermosos animales.
-¿Creíste que lo olvidaría?¿Que no iba a aceptar un momento de descanso? Nunca olvido esas cosas, y menos si sé que dejo a los chicos en buenas manos.
Mi comentario pareció gustarle, sus labios se curvaron esbozando una gran sonrisa que me causo un escalofrío. Le devolví el gesto con total sinceridad.
-Bueno-le dije-, acá te los dejo.
-Si, no te preocupes, tengo mucho de que hablarles.
-No sabés cuanto te lo agradezco, no desayuné y mi panza no para de pedir comida. Además, a mi voz no le vendría mal descansar un rato.
-Andá tranquila-me dijo en un tono que, de alguna forma, me transmitió seguridad.
-Gracias Dami, en serio.-la voz dulce que me salio fue increíble, ni yo me creía capaz de hablar de esa forma-En veinte minutos paso a buscarlos. Después de esto termina el recorrido y los tengo que llevar hasta su transporte en la entrada principal. Nos vemos.-lo saludé agitando mi mano, girando ya en dirección a la cafetería.
 Iba a paso lento, tratando de escuchar sobre que les hablaba, pero la constante charla del resto de las personas me lo impedía. Miré de reojo antes de perderlos de vista. Ahí estaban, los setenta chicos sentados en silencio escuchando atentamente a Damian, quien les hablaba con entusiasmo. Iban a estar bien, podía irme tranquila.
 El tiempo pasó rápido, pero fue suficiente como para tomarme un café, descansar mi garganta y relajarme. Antes de ir en busca de los chicos llamé a Laura, la moza de la cafetería.
-¿Me anotarías esto en mi cuenta por favor?-le pregunté amablemente-Después paso a pagarlo.
-Por supuesto.-respondió con alegría-¿Estas bien? Te noto cansada.
 La verdad era que no estaba bien, las últimas semanas casi ni había dormido y tenía un dolor de cabeza constante que ni las pastillas podían calmar. Me dolía fuertemente la garganta todos los días, como una picasón incapaz de cesar. No quería preocupar a la pobre mujer, así que no le dije la verdad.
-Si, estoy bien, cansada como vos dijiste. Estoy teniendo una mañana dura, anoche no descansé bien y hoy no paré de hablar ni un solo minuto. No te preocupes, no es nada.-trate de simular tranquilidad, dudo que me haya salido.
La cara con la que me miró Laura me hizo confirmar mis sospechas de lo mal que me salió disimular.
-Cuidate-me dijo desconfiando de mi respuesta-no vaya a ser que te agarres una gripe.
"Creo que más que una gripe algo peor" Pensé.
-Eso voy a hacer, gracias-le respondí sonriendo.
 Con esas palabras di por terminado mi descanso, tomé el vaso y las servilletas que había utilizado y me levanté de la mesa. Al salir, arrojé en el tacho la basura que había recogido y me dirigí en busca de los chicos.
 Debí haber caminado cincuenta metros cuando de repente unas puntadas en la planta del pie derecho interrumpieron mi caminata constante. No le di importancia, a los pocos segundos se calmó y seguí caminando.
 Ya llegando a la jaula de los tigres, divisé a los chicos, que ya estaban formados, listos para salir. "Que organización, ojalá todos los grupos fueran así" Pensé. Al acercarme un poco más pude ver a Dami charlando con un grupo de chicos.
-Disculpen,-dije dulcemente-perdón por interrumpir, pero el micro nos esta esperando.
-No sabia,- me dijo Dami-si no los hubiera acercado hasta la entrada.
-No te preocupes, ese no es tu trabajo, es el mio. Suficiente con haberlos tenido un rato interesados. Cuando me iba los pude ver, todos callados, escuchándote atentamente, no se como sos capas de hacerlo.
-Tengo talento-me dijo sonriendo seductoramente.
-De eso no hay duda-respondí mientras mis cachetes se ruborizaban lentamente por alguna razón extraña-Bueno, tengo que ir a dejar a los chicos en el micro-dije volteando la cara y deseando que no haya notado ese cambio de coloración en mi piel. Me puse en marcha.
-Te acompaño-dijo, y me siguió el paso.
 Caminamos velozmente para llegar al principio de la fila. Cuando lo hicimos, tomé a dos chicos de la mano y comenzamos a caminar hacia la entrada principal, donde el micro nos esperaba. Mientras caminábamos, otra fuerte punzada volvió a sentirse en mi pie, esta vez en el otro.
-Ouuch!-exclamé sin poder contener el grito.
-¿Estás bien?- me preguntó Dami preocupado, que había girado la cabeza hacia mi al escucharme gritar.
-Si, es solo una puntada en mi pie, no pasa nada-dije tratando de tranquilizarlo,y de tranquilizarme.
 La última puntada demoró más tiempo en calmarse y el dolor era muchísimo más fuerte que el anterior, difícil de soportar. Pero lo hice, y después de dar un par de zancadas sobre el otro pie logré estabilizarme y seguimos caminando.
 Quince interminables minutos tardamos en llegar, y eran apenas un par de cuadras. La fila se desordenaba, algunos se atrasaban, otros se quedaban observando los animales que no habíamos alcanzado a ver. En fin, costó bastante llegar hasta el micro. Suerte que Damian había decidido acompañarme y me ayudó a organizar a los chicos, porque sino hubiera tardado el doble en llegar, o quizá el triple, quien sabe.
 Después de subir a cada uno de los chicos al micro, otra tarea bastante complicada, y ver como éste se alejaba y se mezclaba con el resto del tránsito, empezamos a volver.
 Ibamos los dos callados caminando a paso lento, se notaba que Dami disminuía el paso cada tanto para no sacarme distancia, sus piernas flacas y largas le facilitaban la caminata, mientras que mi metro sesenta no me ayudaba mucho. El aire estaba colmado de un silencio incomodo que debía ser roto pronto.
-¿Una puntada en los pies?-la pregunta de Dami,además de romper aquel silencio, me desconcertó.
-¿Que?-le pregunté.
-Cuando íbamos caminando, vos gritaste, me dijiste que había sido una puntada en los pies. ¿Hace mucho las sentís?
-Empezaron hoy, -en mi voz se comenzó a notar un poco de frustración que me alteraba-tuve una cuando volvía de la cafetería y otra recién, cuando íbamos a la entrada. La última fue peor, todavía me incomoda un poco.
-¿Que te sucede?-me preguntó-no creo que solo ésto te provoque la angustia que siento en tu voz.
 Odié mi poca capacidad para ocultar mis sentimientos.
-No lo sé, -suspire profundamente-pero no aguanto más. Las ultimas dos semanas casi ni dormí, el dolor de cabeza constante y el de garganta no me dejan. Estoy agotada, me siento como si acabara de correr una carrera de cincuenta kilómetros. No sé que hacer, además, a todo esto, ahora se le suman las puntadas y no sé que otra cosa más me puede llegar a pasar. No sé que tengo. -paré de hablar, estaba al borde del llanto y mi voz se había convertido en un susurro casi inaudible.
-¿Fuiste al médico?-me preguntó Dami mientras suavemente movía su mano por mi espalda para tratar de calmarme.
 Habíamos dejado de caminar, estábamos parados en la vereda, en frente de un gran edificio. No lo había notado. Inconscientemente mis pies dejaron de reaccionar y Dami se vio obligado a detenerse al lado mio.
-Si fui, y probé con todo lo que me dijo, todo lo que se te ocurra ya lo probé. Para poder dormir, para que se me vaya este constante dolor de cabeza, pero nada funciona. Nada.-suspiré frustrada.
-Volvé a ir- me dijo, más preocupado que antes, y frustrado por no saber como reaccionar frente a lo que dije.
-Tengo turno hoy a las cuatro. Cuando fui la semana pasada me dijo que me haga unos estudios para ver si encuentra algo, es lo que estaba tratando de leer en el colectivo, cuando vos llegaste, pero no entiendo nada. Ya le conté de todos mis síntomas, pero ahora también tengo que agregarle las puntadas en los pies. Ojalá sepa explicarme el porque de todo esto.
-¿Por qué no me contaste esto antes?¿Cuando empezaste a sentirte mal?-me dijo con un tono que dejaba ver claramente que estaba enojado.
-No quería preocuparte-dije bajando la cabeza avergonzada para mirar hacia mis pies. Suspiré de nuevo.
 Dami me envolvió con sus brazos mientras me hundía en un cálido abrazo.
-Todo va a estar bien, ya va a pasar, tranquila.
 Me corrió el pelo de la cara y me miró a los ojos. No pude evitar abrazarlo con más fuerza, en un momento en el que es imposible estar tranquila, el me trasmitía tranquilidad, seguridad, me hacia sentir a salvo.
  Después de ese hermoso abrazo seguimos caminando. Él sabia lo angustiada que estaba, seguro se me notaba, no podía disimularlo. Así como seguro sabia que empezaba a sentir algo más por el. Seguro notaba mi cara de idiota cada vez que me miraba o me sonreía.
 Antes de llegar a la jaula de los tigres, se puso frente a mi y frenándome con su mano me preguntó:
-¿Ya estás mejor?
-Dentro de lo que se puede llamar mejor, si, estoy mejor-le respondí con una sonrisa forzada.
-Vamos, sonreíme bien, esa sonrisa no me gustó nada-me miró con ojos tristes y me hizo puchero con su boca.
 Negué con la cabeza. Entonces comenzó a agitar su cabeza de un lado a otro mientras repetía sin parar "Sonreíme, dale, sonreíme". Y después giraba en círculos.
 Era tan gracioso que no pude contenerme más y largué una carcajada que lo hizo sonreír. Lo golpeé en el hombro para que se detuviera, pero no lo hizo.
-¡Basta! Dejá de girar, ya sonreí. Lo conseguiste.
 Se detuvo y me miró fijamente, mientras yo le sonreía sin quererlo.
-Así me gusta.-me dijo-Quiero ver esa sonrisa durante todo el día.
 Rodé los ojos, resignada. Asentí con la cabeza y le di un empujoncito hacia el costado para sacarlo de enfrente mio y emprender la marcha.

 El resto de la mañana fue normal, no hubo mucha gente, así que pude descansar bastante. Visite a Dami un par de veces, con él me sentía acompañada. Charlábamos de cualquier cosa, menos de mi estado de salud, ambos tratábamos de evadir el tema.
 A la hora del almuerzo nos dirigimos juntos a un nuevo restaurante que se encontraba cerca del zoológico. Mi turno de trabajo ya había terminado, el de Dami continuaba, pero se tomó una hora para ir a almorzar conmigo.
 Después de caminar tres cuadras llegamos a la entrada. El restaurante se veía hermoso y pintoresco. Tenia un estilo moderno, combinando con el resto del barrio. Para ingresar había que subir unas escaleras decoradas a sus costados con grandes macetas que tenían diversos tipos de plantas con flores bellísimas. Dos grandes columnas se encontraban al finalizar las escaleras. Sostenían un cartel hermoso que decía el nombre del restaurante.
-El gourmet-leí en voz alta.
-Lindo nombre-dijo Dami.
 Asentí con la cabeza.
 Como era de esperar, mi torpeza no pudo dejarme tranquila esa mañana. No me di cuenta del pequeño escalón que había para entrar y tropecé con él, cayéndome para adelante. No pude contener la risa, esa caída había sido muy cómica.
 Dami, que ya estaba pidiendo una mesa, al escuchar el golpe dio media vuelta y se dirigió hacia mi, asustado.
 Estaba toda despatarrada, retorciéndome de la risa y sin poder respirar.
-¿Estás bien?-me preguntó.
 Cuando pude parar de reírme,tomé aire y le contesté:
-No pasa nada, me ocurré a diario, estoy acostumbrada-y volví a reír.
-Tenés que tener mas cuidado-me dijo sonriendo mientras me ayudaba a levantar,sosteniéndome ambas manos entre las suyas y haciendo fuerza hacia arriba.
 Nuevamente se fue a pedir una mesa, ya que el pedido anterior había sido interrumpido por mi ruidosa caída.
 Nos dieron una al fondo, para cuatro personas, las de dos ya estaban todas ocupadas. Parecía que el nuevo restaurante tenía muy buena concurrencia. El lugar era oscuro, pero cada mesa tenia un par de velas amarillas que iluminaban tenuemente a cada mesa. Derramaban al aire un delicioso aroma a vainilla que, por alguna razón, me recordó la casa de mi abuela.
 Me saqué la campera y la coloqué en el respaldo de mi silla, mientras Dami me imitaba. Me senté y comencé a juguetear con el platito donde estaba colocada la vela, pasando mis dedos de un lado a otro lentamente y sacándole los grandes pedazos de cera que tenia pegada.
-¿Y tu trabajo?-no se por que, pero la voz que me hizo esa pregunta me pareció venir de muy lejos, como si alguien me lo preguntara desde un túnel a metros de distancia.
-¿Mi trabajo qué?- respondí con un tono burlón, su pregunta estaba incompleta.
-¿Te gusta?-me dijo completándola, su voz ya se escuchaba cerca de nuevo.
-Me encanta, - le respondí, levantando la cabeza para encontrarme con esos hermosos ojos verde mar-disfruto cada momento que me encuentro trabajando, no voy a negar que termino agotadisíma, pero igual lo disfruto.
-Se te nota-me respondió sonriendo.
-A vos igual, siempre alegre adentro de esa jaula. Tengo que admitirte que cuadno estas tan cerca de ellos me da mucho miedo.
- No te preocupes, tuvieron un buen adiestrador-me dijo señalándose a él con el dedo. Le sonreí. -Además, son tranquilos, incapaces de hacerle daño a alguien.
-Son hermosos, mi animal preferido definitivamente. Me gusta uno en especial, vos lo llamas Argón, es albino, ¿Cierto?
-Si, lo trajeron hace poco, un mes mas o menos. En su hábitat natural él era muy vulnerable, porque como no tiene pigmentos pierde, por ejemplo, su camuflaje. Todavía esta adaptándose a su nuevo hogar, pero va por buen camino.
-¿Y el nombre lo elegiste vos?-pregunté interesada.
-No, fue mi hermana menor, Sofía. Le comenté del nuevo integrante del zoológico y le dije que yo iba a cuidarlo y que necesitaria un nombre. Entonces me empezó a decir millones y millones de opciones, pero ninguna me convencía, hasta que nombró Argón.
-Me gusta, es muy lindo. Felicitala de mi parte por su buena eleccion.
-Eso voy a hacer. -me sonrió.
 Justo en ese momento el mozo interrumpió nuestra interesante charla.
-Buen día, ¿Ya decidieron que van a almorzar?¿Puedo tomar su pedido?
 Tan metidos en nuestra conversacion estabamos que ni nos habiamos dado cuenta que las cartas ya se encontraban en la mesa, y mas patético aún, que tenia mi codo apoyado en ella y con mis dedos dibujaba circulos invisibles en su tapa.
-Disculpanos, -se adelanto a decir Dami- ni siquiera abrimos las cartas, ¿Podrías regresar en cinco minutos?
-Por supuesto, no hay problema, decidan tranquilos. -respondió gentilmente el mozo, dando media vuelta y retirándose.
-Me parece que tendríamos que empezar a elegir la comida, el horario del almuerzo ya se termina. -le dije a Dami.
-Todavía queda tiempo, relajemonos- me respondió tirandose hacia atrás en su silla,suspirando.
 Lo miré fijamente queriendo hacerle entender que tiempo era lo único que no quedaba. Me volvió a sonreir entendiendo mi mensaje mientras se reincorporaba en la silla y tomaba su carta. Hice lo mismo.
 Había muchísima variedad de comidas y todas particularmente tentadoras.Yo opté por un Salmón a la Plancha y Dami por una Lasagna Bolognesa.
 Cuando el mozo se acercó nuevamente, le pedimos lo escogido y en no más de quince minutos la comida llegó.
 Comimos tranquilos, disfrutándolo. Seguimos charlando, riendo, pasando un buen momento juntos. Cuando pedimos la cuenta y el mozo muy amablemente nos la trajo, me agaché en busca de mi billetera.
-No creas que te voy a dejar pagar, -me dijo Dami sosteniéndome la mano para que no pueda sacarla- yo invito.
 El roce de su piel contra la mía provocó un revoltijo extraño en mi estómago que me dejó estúpida, mirando al suelo, sin soltar el bolsillo de mi campera. No quería que el pagara, habiamos acordado que veniamos a este moderno restaurante a comer si cada uno pagaba lo que le correspondia. Su mirada me dejó tan hipnotizada que lo único que atiné a decir fue un simple "gracias", olvidando lo acordado.
 Dami pagó y nos quedamos charlando unos minutos más en la mesa, hasta que llegó la hora de regresar al trabajo. Nos pusimos las camperas y nos retiramos de ese hermoso lugar, no sin antes agradecerle el buen servicio a los empleados del restaurante.
 -Guarda con el escalón- bromeó Dami al pasar por la puerta, agarrándome de los hombros para que no tropezara.
 Me moví lentamente para sacar sus manos de mi cuerpo y le dirigí una sonrisa sarcástica.
 Salimos afuera,el frío del ambiente me hizo tiritar y me abracé a mi misma para darme un poco de calor. Emprendimos el regreso. La mayoría del trayecto lo hicimos en silencio, salvo por un par de comentarios inútiles a los cuales ninguno de los dos le prestó atención.
-Acá te dejo.-le dije dulcemente al llegar a la esquina.
-¿Te vas a tu casa?-me preguntó-¿Ya te sentís mejor?
-Mucho mejor no, me duele la cabeza y estoy un poco mareada, pero es algo habitual, no puedo hacer nada contra eso. Además quiero dejar de darte pena.
-No me das pena Julia, -me dijo casi retándome- me preocupo por vos, no quiero verte así.
Bajé la cabeza como avergonzada.
-¿Tu pie como está?-volvió a preguntarme, pero esta vez cortante, exigiendome una respuesta.
-Bien, supongo. Ahora duele menos, aunque no para de dolerme. No te preocupes, voy a estar bien, llego a casa y duermo.
 "Voy a estar bien", eso era lo que esperaba, desafortunadamente no lo que ocurriría. Las próximas semanas iban a ser las peores de mi vida, sólo que en ese momento todavía no lo sabía.
-Es difícil no preocuparse viendo tu cara, pero no te voy a presionar, cualquier cosa voy a estar en el zoológico y a la noche en casa, no dudes en llamarme.
 Se acercó hacia mi lentamente y me dió uno de esos abrazos que sólo él era capaz de darme.
-No voy a dudar, sé que siempre estás cuando te necesito, por eso te quiero tanto. - le dije susurrando y respirándole entrecortadamente sobre el pecho.
-Yo también te quiero Ju, mucho más de lo que pensás.
 Aparté mi cabeza de su cuerpo y le di un beso en la mejilla.
-Nos vemos mañana- le dije sonriendo.
-Cuidate mucho que te quiero sanita- me sonrió muy dulcemente.
 Di media vuelta y me dirigí hacia la parada, con una sonrisa estampada en el rostro casi imposible de sacar, sin prestarle atención a todas mis preocupaciones.
 La espera del colectivo se me hizo eterna, aunque hayan sido simplemente un par de minutos, a mi me parecieron como un par de horas. El incesante cosquilleo en el pie, que a cada segundo aumentaba, disminuía el tiempo en que yo podía estar parada, esperando bajo la lluvia que acababa de empezar a caer del cielo.
 Apenas llegué a casa caí sobre mi cama despatarrada. Estaba realmente agotada, más de lo normal, seguramente por la preocupación que tenía encima. Mis pies agradecieron estar por un rato sin apoyarse en el piso duro que los lastimaba. Giré sobre mi misma un par de veces hasta encontrar una posición cómoda en la que, por un rato, no me doliera nada. A los pocos minutos me quedé profundamente dormida, sin la intención de hacerlo.
 Desperté cuando el sol ya se estaba ocultando por detrás de los edificios. Había dormido dos o tres horas seguidas sin despertarme en ningún momento. Tenía que ir al baño urgente si no quería terminar toda mojada como los bebés. Refunfuñando moví los pies hacia un costado hasta que tocaron el suelo, conté hasta tres interiormente y me levanté, tambaleando. Me metí en el baño sin cerrar la puerta, total estaba sola. Mientras me sentaba en la tapa del inodoro para liberar a mi vejiga de tanto contenido, divisé la hora en el reloj de pared de mi comedor. Sus agujas me mostraban alteradas que ya eran pasadas las seis de la tarde. Y en ese momento me acordé, había olvidado por completo el turno con el médico.
 Salí del baño rápidamente ajustándome el cinturón para que no se me caigan los pantalones. Me dirigí hacia mi cuarto y levanté el teléfono para llamar a la clínica. Estaba por marcar el primer número y me di cuenta de que no tenía la menor idea de cuál era el teléfono al que debía llamar. Rebusqué en mi agenda histericamente, sin necesidad alguna, alterarme no iba a provocar que el tiempo retrocediera y yo no perdiera el turno. Lo encontré en la letra C, anotado en la esquina superior derecha con fibrón rosado claro que apenas alcancé a leer.
 Del otro lado del teléfono me atendió una voz amarga con la típica frase que debían estar ya aburridos de decir cada vez que atendían un llamado: "Centro Médico buenos días". Pedí hablar con la secretaria de mi doctor pero me dijo que no estaba disponible y que él podría atenderme. Le dije que no había llegado a mi turno (no le dije la razón) y le pregunté si habría alguna forma de recuperarlo. Después de demorar un par de minutos buscando si había algún espacio disponible en la agenda de mi doctor, me terminó dando un turno para dentro de dos semanas, era mucho tiempo, pero no podía quejarme. Me despedí amablemente y corté el teléfono.
 Me anoté en el block pegado a mi heladera con letras gigantes el turno para no olvidarlo nuevamente y en cuánto terminé mi panza, como si  hubiese sentido la proximidad con la heladera, gruño fuertemente pidiendo comida. Decidí cocinar algo y sentarme a comer tranquila mientras miraba un poco de televisión.

 Esa noche estuve desvelada hasta pasadas las doce, con miedo de dormirme por si algo me pasaba, pero el cansancio y el dolor pudieron más y después de un tiempo que desconozco al fin pude concebir el sueño.
 Pero el descanso no duró mucho, aunque estaba viviendo una pesadilla en mi cabeza, era mejor que despertar y ver lo que me sucedía.
 Me senté sobresaltada en la cama, miré a mi alrededor desconcertada, mareada, me sentia perdida. El pijama estaba mojado y pegado a mi cuerpo, traté de despegarlo con mis manos, pero fue inútil. Mis dedos goteaban sudor y no tenían fuerzas ni siquiera para agarrar un pedazo de tela. A oscuras, desesperada y sin poder parar de temblar, me dirigí lo más rápido que pude al baño para mirarme al espejo.
 Encendí la luz del baño al llegar y miré mi reflejo. Haber echo eso fue peor que decidir ver una pelicula de terror a las tres de la mañana. Estaba sudando descontroladamente, y no sólo en mis manos, sino en todo el cuerpo, incluyendo mi cabello. Parecía como si recién hubiera salido de la ducha, sólo que en ningún momento me había bañado, y eso me aterraba.
 En ese momento recordé las palabras de Dami, "no dudes en llamarme". Me pregunté si eso incluiría también a las cinco de la madrugada. No lo pensé mucho, enseguida me puse a tantear las paredes en busca del teléfono que se encontraba colgado en alguna de ellas. Después de varias vueltas alrededor de mi casa sin éxito mis manos dejaron de tocar esa superficie rigurosa y sintieron un bloque duro que se les interponía en el camino. Era el teléfono, suspiré aliviada.
 Rápidamente presioné las teclas del teléfono correspondientes al número de Dami, o eso creía, estaba a oscuras y no veía nada. Mis dedos se movian siguiendo esa secuencia que repitieron tan seguido durante el último año. Mi duda se resolvió rápido, enseguida una voz grave y dormida atendió el teléfono, reconocí que era la de Dami.
-¿Hola?- se escuchó del otro lado.
 Hubiese querido contarle todo y pedirle que viniera con urgencia a auxiliarme de una forma mas cortés, pero la única palabra que pude decir en ese momento fue un seco y desesperante "Ayudame", que salió con una voz casi inaudible. Escuchaba que del otro lado llovían preguntas que yo debería haber respondido, escuchaba su voz de preocupación, estaba alterado. Intentaba con todas mis fuerzas entender lo que me decía, pero no lo lograba. Esa voz se fue alejando lentamente hasta ser casi invisible, lo último que escuché fue un grito ahogado que profería mi nombre. Me sentía debil, mis piernas comenzaron a temblar. Pensaba que me iba a caer al piso en cualquier momento.
 El mundo se me vino abajo en tan solo dos segundos. Mis piernas ya no eran capaces de sostener el peso de mi cuerpo, temblaban descontroladamente, tanto que ya no pudieron aguantar mas y caí. Me pareció como si cayera en un túnel interminable, del cual no iba a encontrar jamás el fondo, hasta que mi cabeza golpeó fuertemente contra una masa dura y quedé inconsciente.

 Desperté en una cama que no era la mía, lo supe por la rigidez de las sábanas que no se asemejaban para nada a la suavidad de las mías de seda. Tenía cables saliendo por todo mi cuerpo como si fueran extensiones de brazos, estaba quieta y no podía moverme. Damían se encontraba a mi lado, con una cara que asustaba, una mezcla de angustia y preocupación.
-¿Dónde estoy?- le pregunté con un hilo de voz.
 Dami levantó la cabeza de entre sus manos y me miró fijamente, asombrado. Sus ojos se abrieron enormemente y ese hermoso verde que tenían brilló, realizó una leve mueca de felicidad. Se inclinó despacio hacia mi con la intención de recogerme el pelo por detrás de la oreja. Quise girar mi cuerpo hacia él para mirarlo mejor, pero el intento me provocó una fuerte punzada que comenzó en mi cintura y se fue deslizando fuertemente hasta la punta de mis pies. Solté un grito de dolor.
-Shh, tranquila,-lo pronunció como si estuviera arrullando a un bebé- vas a estar bien. Estás en el hospital, te vas a quedar acá un par de días para que puedan revisarte.
-Me duele mucho la pierna-dije apretando mis dientes con violencia, a tal punto que me los hice doler también.
-Ya lo sé, esta fracturada. No fue capaz de soportarte y se rompió, ahora viene el médico a colocarte el yeso, no querían ponerlo desde un principio para esperar a que tus huesos se fortalezcan un poco, y el yeso no se convierta en un peso extra que complique más las cosas.
-¿Desde cuándo sabés tanto de medicina vos?- pregunté intentando agregarle un poco de gracia al momento.
 Esbozó una sonrisa sincera.
-Tuve mucho tiempo para hablar con los médicos, estuviste dormida veinticinco horas.-esa hermosa sonrisa desapareció.
-No entiendo como mi pierna se quebró, no hice nada para que pueda romperse.
-Es lo que tratan de averiguar, todo va a estar bien, no te preocupes- me consoló mientras colocaba su mano suavemente sobre la mía..
-Eso espero.-le respondí dejando caer los párpados sobre mis ojos, y los dos nos quedamos callados.
 Dami se quedó conmigo un par de horas más y me acompaño a la sala donde me pusieron un enorme, pesado y molesto yeso, que me llegaba hasta treinta centímetros más arriba de la rodilla.
-¿Hasta cuándo tengo que tenerlo?-le pregunté al doctor mientras éste terminaba de colocar el yeso.
-Como mínimo tres semanas, igual todo depende del progreso que tu pierna vaya mostrando.
-¿Y cómo voy a hacer con el trabajo?- pregunté esta vez, desviando mi mirada hacia Dami, quién se encogió de hombros como respuesta.
-Te vamos a hacer un certificado que tu novio puede llevar a tu trabajo.
-No es mi novio-respondí impulsivamente y con un tono agresivo, que no concordaba para nada con el sentimiento que la palabra "novio" había causado en mí.
-Solo amigos- se defendió Dami.
-Oh disculpen, no fue mi intención inquietarlos-dijo el doctor avergonzado por el error que había cometido.
-No hay problema, no es una ofensa.- dijo Dami dedicándome una mirada seductora y un hermoso guiño de ojo.
-Con respecto al certificado-dije cambiando rotundamente de tema, deseando que nadie haya notado el color rosado que mis mejillas comenzaron a tomar.-¿Lo podrá hacer ahora? Así Damián lo puede llevar pronto.-hice una mueca, pensativa-Hablando de eso, ¿No tendrías que estar en el trabajo?-pregunté dirigiéndome a Dami, que estaba sentado a mi lado observándome con una mirada intensa que intimidaba.
-Ya llamé al zoológico, le pedí a Pablo que me cubriera, para poder estar con vos y ayudarte en lo que pueda.
 Fue imposible retener la gran sonrisa que solté al escuchar eso.
-Gracias-le respondí cariñosamente-sos mi única compañía en este momento,gracias.
-No agradezcas más,es lo menos que puedo hacer-me dijo dulcemente y me tomó la mano, de una forma tan suave y delicada que provocó que un escalofríos me recorriera el cuerpo entero.
-Por supuesto, ahora mismo lo hago-respondió el doctor a mi pregunta que yo ya había olvidado que había hecho.
 Se dirigió a un escritorio que se encontraba en la entrada de la habitación ,abrió un cajón y sacó un block de hojas en el que se puso a escribir.
 Mientras el doctor seguía concentrado en mi certificado, miré a Dami y le dije:
-Gracias por todo,en serio. Ya sé que soy pesada pero tengo que decírtelo.
-Y yo ya te dije que no me agradezcas mas-río sauvemente-no es necesario.
Le sonreí y fui acercando mi cara a la suya para besarlo en la mejilla.Le deposité un beso suave y nos quedamos mirando por unos instantes, deseé que ese momento fuera infinito.Dami me dedicó una última sonrisa y giró su cabeza en torno al médico.Luego de unos segundos volvió a posar su mirada en mi.
-¿Saben que me pasa?-le pregunté afligida.
-En realidad no, no logran unir todos tus síntomas en una enfermedad. Éste médico dice que tus primeros síntomas fueron de una simple gripe, que con antibiótico se pasarían.
-¿Y lo de anoche?
-Eso los desconcertó, no lo comprenden, están tratando de encontrarle una explicación pero no creen que la haya.
-Quiero irme a casa.-respondí cortante mirando al techo, aferrando fuertemente su mano.
-Todos queremos que lo hagas-me respondió acariciando suavemente el dorso de mi mano con su gran pulgar.

 Después de dos largos días que me parecieron una eternidad, los médicos, sin respuestas, me dieron el alta. Damián me acompañó hasta casa esa mañana. Tenía una pierna inservible y todavía no había podido aprender el uso de las muletas.
 Las escaleras del edificio parecían interminables, una tortuga las hubiera subido más rápido que yo. Cuando llegué a mi puerta Dami me preguntó quinientas veces si estaba bien y si podría quedarme sola.
-Estoy bien, de verdad. Ahora me siento en el sillón y no me muevo de ahí.
-No te olvides de poner la pierna sobre una silla.
-No lo haré-le respondí segura y guiñándole un ojo.-¿Querés quedarte a almorzar?
-Me encantaría, pero tengo que volver al zoológico, Pablo no puede estar hoy.
-Ah bueno, esta bien. Ya te ausentaste demasiado, te deben estar extrañando.
-Seguramente- ambos reímos.
-No quiero dejarte así, tengo miedo que algo te pase.
-¡Damián!-exclamé- estaré medio machucada pero puedo cuidarme sola.
-Eso no lo dudo.
 Dami me inspeccionó de pies a cabeza y luego de haberme examinado y de haber comprobado que estaba bien (dentro de lo que se podía considerar estar bien), dio media vuelta y amagó irse,mi llamado lo detuvo:
-Ey, ¿No pensás saludarme?- le reproché.
-Quería dejarte con las ganas-respondió bromeando mientras se acercaba nuevamente.
-Hasta mañana-le dije- porque espero verte mañana.
-Si querés vengo esta noche-respondió.
-Me encantaría, estas mas que invitado-sonreí.
 Se quedó callado,mirándome fijo. No pude apartar mis ojos de los suyos, me tenía hipnotizada, tanto que no noté que su cara se acercaba lentamente a la mía. Nuestras bocas quedaron a sólo centímetros, podía sentir su aliento fresco rozar mis labios provocándome más de esas ya conocidas mariposas en la panza. Dos segundos después un impulso estúpido me hizo correr la cara hacia un costado, carraspeé.
-Entonces, -hice una pausa- ¿Venís esta noche?
-Acá voy a estar-me respondió mirando al piso, rondaba un aire incómodo por lo que acababa de suceder
-Te espero, sentada en el sillón-bromeé.
 Levantó la vista del piso y sonrió.
-Hasta entonces-le dije.
-No me extrañes-respondió ya dando media vuelta y encaminándose hacia las escaleras.
-Imposible no hacerlo-le dije alagándolo. Lo vi descender los últimos escalones que llegaba a ver y cerré la puerta delante de mí.

 Mi casa era un desastre, pero no era el momento y no estaba en el estado correcto como para ponerme a ordenarla. Como le había dicho a Dami, opté por dirigirme directamente al sillón a descansar y ver televisión.
 Pasé rápidamente por todos los canales, pero ninguno lograba llamar mi atención. Todos los noticieros estaban con reportes trágicos, con choques en las rutas, accidentes en las calles, robos, personas muertas, cosas deprimentes. Para los canales infantiles ya estaba un poco grande, así que los pasé sin siquiera echar una mínima mirada. Las películas estaban todas empezadas y eran de terror o suspenso, ya estaba bastante asustada con lo que me estaba pasando como para ponerme a ver algo que me asuste más todavía. Terminé dejando un partido de tenis casi terminado que se jugaba en Australia, y pensando en ese país y en todos los lugares que me gustaría conocer si salía viva de eso que me pasaba, me quedé dormida.
 Tuve un sueño tan profundo que me fue difícil despertar cuando el teléfono sonaba incesantemente esperando mi respuesta.
-¿Hola?-dije como pude.
-Hija mía, ¿Cómo estas?¿Te sentís mejor?¿Que dijeron los médicos?- la lluvia de preguntas de mi madre me atormentó.
-¡Pará mamá, que no te entiendo nada!- le reproché.
-Ay perdoname hijita, lo que pasa es que estoy muy preocupada y no me dejaron llamarte antes, y desde acá no puedo hacer nada, no te puedo ayudar.
-Eso te pasa por irte al Caribe sin mí-protesté sarcásticamente.
-Perdoname amor-me dijo triste, al borde del llanto.
-Era una broma ma, no llores, estoy bien y puedo cuidarme sola.-hice una pausa-Además... No estoy sola.
-¿Cómo que no estás sola?¿Quién está viviendo con vos?-preguntó alterada.
-¡Mamá tranquila!-le grité- Nadie está viviendo conmigo. Me refería a que tengo personas que me cuidan y me ayudan cuadno lo necesito, en especial una.
-¿Quién?¿Ese amigo tuyo que conocías desde chica? El que me llamó para avisarme que estabas internada. ¿Cómo es que se llama?
-Se llama Damián-dije sonriendo, mientras con mis dedos me enrulaba un mechón de pelo que me caía sobre la cara.
-Ah si, Damiancito, ahora me acuerdo, es un buen chico, que bueno que esté con vos.
-Si,-respondí- tengo mucha suerte. Igual no está conmigo, es un amigo, un buen amigo.
-Bueno hijita, me alegra que estés mejor, cuidate mucho y en unos días te llamo para ver como anda todo.
-Dale mami, seguí disfrutando mucho y despreocupate que todo está bien.
-Ah Juli...
-¿Qué?- inquirí.
-Ojito con Damián ¿Eh?
-¡Mamá!- y con ese grito, entre risas, corté el llamado.
 Sentí que esa conversación con mi madre me había renovado, y de una u otra forma me había dado la fuerza necesaria para seguir adelante. Un poco de alegría en esos días trágicos no venia nada mal.
 Me quedé pensando en el último comentario de mi madre, ella siempre tuvo razón en todo lo que me dijo, ¿Y si tenía razón?¿Si me estaba enamorando? Eso explicaría varias cosas, mis revoltijos en la panza cada vez que se me acercaba, los minutos enteros que me quedaba prendida en su hermosa mirada, mi escasa capacidad del habla para responder a sus preguntas y muchísimas cosas más que me sucedían cuando estaba con él. Creo que sí, me estaba enamorando.
 Y así volví a dormirme, con la alegría que me habían dejado las dos personas más importantes que tenía en ese momento en mi vida, Damián y mi mamá.